Franco Soldi

El Viaje – ¿A dónde nos lleva él fracaso?

Señores pasajeros, bienvenidos a este vuelo. Favor de mantenerse sentados con el cinturón de seguridad abrochados por si cruzáramos por alguna zona de turbulencia durante el trayecto …. “

Hace 23 años conocí a mi esposa. El destino la puso en mi camino cuando me encontraba pasando uno de los peores momentos profesionales de mi vida. El fracaso me había golpeado duro y yo lo había perdido todo. Me encontraba en Miami, cuando digo que lo había perdido todo, es todo. Vaya que si yo estaba cruzando por una zona de “turbulencia” en la vida.

Llevaba casi un año durmiendo en el suelo del apartamento de un individuo el cual me cobraba la mitad de la renta. Dormía sobre una colcha que colocaba sobre la madera del salón.

Mi apuesta me había salido mal. Había dejado atrás la Ciudad de México. Ahí tenía yo mi propio programa de TV con Televisa, había rechazado un puesto en Coca Cola Internacional y había dejado atrás muchos clientes con los cuales había trabajado muy duro. Pero todo eso formaba ya parte del pasado.

Me tomó 6 meses en Miami para perderlo todo. Simple y sencillamente calculé mal los costos y subestimé el mercado. Todo era más caro y tomaría mucho más tiempo. Por lo cual se me acabó la gasolina mucho antes de lo planeado.

Ante esta situación me vi obligado a realizar distintos trabajos que nunca había imaginado que iba a tener que hacer. Básicamente lo que fuera con tal de ganar unos dólares. Hice telemarketing y mi trabajo consistía en realizar un mínimo de 100 llamadas diarias a números al azar de la guía de teléfonos para vender membresías de un gimnasio que todavía no estaba en construcción. Ha sido tal vez el trabajo más ingrato que he realizado y lo compaginaba con otras actividades como vender periódicos y limpiar mesas como camarero en un restaurante de Miami Beach llamado Café Tabac.

¿Cómo había llegado hasta ahí? ¿Cómo pasé de tener mi programa de TV y dar conferencias y cursos a miles de personas en Latinoamérica a limpiar mesas?

Durante ese tiempo hubo días en que no alcanzó para comer. Mis únicas posesiones eran la manta en donde dormía, mi laptop y un hornito eléctrico en el que aprendí a cocinarme auténticas maravillas.

Recuerdo que los momentos que tenía libres los invertía en hacer ejercicio y en leer (creo que curiosamente esta ha sido la época en que disfruté del mejor estado físico que he tenido en mi vida y creo que el ejercicio me ayudó enormemente a mantenerme centrado, pero eso es tema de otro artículo). Cómo no tenía dinero para comprarme un libro, me iba caminando a una pequeña librería que se llamaba Books & Books. Esta tienda de libros contaba con unas mesitas y también vendían café. Compraba el café del día por 90 céntimos y como me regalaban la leche pues ya tenía mi cafecito con leche. Tomaba un libro de los que estaban expuestos en la tienda y me ponía a leer. Cuando era hora de irme escondía el libro en una esquina de la tienda y me iba. Así me aseguraba que la siguiente vez que volviera el libro seguiría ahí. Así me leí cuatro libros. No tenía TV, no tenía dinero para nada más. Trabajo, ejercicio, ejercicio, trabajo y un poquito de lectura en Books & Books.

Recuerdo esa época con mucho cariño. Cuento con innumerables anécdotas de cosas que me pasaron en mis tiempos como camarero en Miami. Tal vez una de las más divertidas es cuando un manager del restaurante intentó echarme a la calle acusándome con los dueños de: espera que esta es buena, exceso de felicidad en el trabajo. No, no es cuento, es verdad y además lo puso por escrito, los dueños me enseñaron el papel. “Excess of Happiness”.

Por supuesto que yo no quería ser camarero o vender periódicos, pero si en ese momento de mi vida iba a ser camarero pues eso tocaba y punto, iba a ser el mejor camarero del restaurante.

Nunca perdí la esperanza ni alteré mi rumbo. En mi mapa había trazado una ruta y yo la estaba siguiendo. Me había topado con una enorme tempestad, con turbulencias por así decirlo y mi responsabilidad era lidiar con la situación. No sabía si mi “barco” se hundiría, pero mientras siguiera remando lo iba a hacer con alegría y convicción. Así que si había que limpiar mesas pues lo iba a hacer sonriendo.

Cada vez que hablaba con mi madre ella me preguntaba que cuando regresaría a México, que mi trabajo estaba ahí esperándome al igual que la comodidad de mi casa. Nunca le conté a mi madre por lo que estaba pasando, jamás lo haría, pero ella es una madre y lo intuía perfectamente, sabía que algo no marchaba bien.

Me acuerdo el día en que con un tono de voz que aparentó más seguridad que la que sentía le dije. “No voy a regresar mamá, he venido a por algo y no me iré hasta que lo consiga”. Igual que Hernán Cortés, yo había quemado ya mis barcos.

Y los meses pasaron, y los días eran largos y a veces me tocaba trabajar una jornada completa de 8 horas en el restaurante para regresar a casa con 6 o 7 dólares solamente. En EEUU un camarero sólo gana lo que le dan de propina.

Si, dudé. Si, tuve miedo. Pero no podía detenerme ahora. Si me rendía ahora me rendiría el resto de mi vida.

Y así, sin equipaje, sin tener nada, con la cuenta del banco en cero … así, la conocí. Y comenzó el viaje más fantástico de mi vida, pero eso, eso es tema para otro día.

Franco Soldi

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